Collision is a malleable word and concept, easy to bend to descriptions of modern Los Angeles where collisions abound. Pick any year, any era of “modern” L.A., and collisions congregate in the documentary and visual record. Real ones: everyday smash-ups of greater and lesser consequence and tragedy. Collisions brought about by any first law of motion opportunity for chaos: all manner of trains and trolleys in contest, ever-expanding numbers of automobiles, a basin filling up with the myriad forms of electrical infrastructure – not to mention astonishing amounts of electricity – so as to make collisions simply and purely inevitable.
Metaphorical collisions are of course here, too, legions of them, if we but bend the word to allow us to see them as clearly as we would a car slamming into a power pole. Rural people, from across the U.S. and across the world, collide with metropolitan modernity in Los Angeles. A city first built on rhythms of sun and moon collides with electricity’s power to turn night to day. Agricultural landscapes collide with industrial and residential claims on land, water, lawns. Presumptions of racial dominance, racial difference, racial separation crash into other visions, other realities.
Getting a sense of collisions in modern Los Angeles necessitates hewing close to both the physical realities of them and the metaphorical allure of looking beyond “A” smashed into “B.”
Choque es una palabra y un concepto maleable: se puede conformar a descripciones del Los Ángeles moderno, donde los choques abundan. Sin importar el año ni la era del Los Ángeles moderno, los choques se aglomeran en el registro documental y visual. Los verdaderos: los consabidos choques de autos con consecuencias más o menos trágicas. Los choques provocados por cualquier oportunidad que la primera ley del movimiento dé al caos: todo tipo de trenes y trolebuses en competencia, una cantidad cada vez mayor de autos, una cuenca que se llena con una miríada de formas de infraestructura eléctrica, por no hablar de la cantidad impresionante de electricidad… En fin, suficiente para hacer que los choques sean pura y llanamente inevitables.
Por supuesto, podemos encontrar legiones de choques metafóricos si conformamos la palabra para que nos permita verlos tan claramente como vemos el choque de un auto contra un poste. Los habitantes de las zonas rurales, tanto de Estados Unidos como del mundo entero, chocan con la modernidad metropolitana de Los Ángeles. Una ciudad basada en un principio en los ritmos del sol y la luna choca con el poder de la electricidad para hacer, de la noche, día. Los paisajes agrarios chocan con las reclamaciones industriales y residenciales de tierras, agua y patios. Las presunciones de dominio racial, diferencia racial y separación racial chocan con otras visiones, otras realidades.
Para hacerse una idea de los choques en el Los Ángeles moderno, tenemos que ceñirnos estrechamente tanto a las realidades físicas de estos choques como a la fascinación metafórica de ver más allá del mero choque entre “A” y “B”.
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